jueves, 24 de octubre de 2013

Oro negro en el reino austral

Por Nicolás Maidana

“…Los costos de YPF son absolutamente antieconómicos.
Hacer de esto una cuestión de amor propio es peligroso y estúpido…”

(Fragmento del libro “La fuerza es el derecho de las bestias” de Juan Domingo Perón del año 1958)

El derrocado General se encontraba en el exilio en la España Franquista cuando escribió esas palabras. En ese mismo año en el cual se publicó este libro, Juan Domingo Perón pactaba con el candidato de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) Arturo Frondizi, el apoyo de las fuerzas peronistas en Argentina a la candidatura de este último. Pero, ¿es posible que el abanderado histórico del nacionalismo productivo, de la independencia económica y de la justicia social tenga semejantes calificativos para tratar a la primera empresa petrolera estatal del mundo? A decir verdad, la frase se aprecia con mayor nitidez si se toma en cuenta uno de los más polémicos episodios de la era peronista: El pacto entre Perón y la Standard Oil de California de 1955.
Para 1955 Yacimientos Petrolíferos Fiscales no era la afamada empresa que vio nacer Hipólito Yrigoyen en 1922. Había dejado atrás las décadas doradas a cargo de Enrique Mosconi que elevó la producción de YPF a niveles insospechados hasta el año 1930, cuando la segunda presidencia del caudillo radical fue interrumpida abruptamente por el llamado “golpe del 30”. Este golpe militar, que significó la primera aparición de las Fuerzas Armadas quebrando el régimen democrático, se perduró por más de una década hasta 1946. Este momento histórico caracterizado por el fraude, el autoritarismo y la corrupción desmedida se lo conoce como “década infame”. Para YPF, los gobiernos militares de Félix Uriburu y Agustín Justo fueron sinónimos de desinversión y pérdida de terreno por sobre las empresas extranjeras más grandes, como el caso de la norteamericana ESSO y la anglo-holandesa SHELL. La política liberal de estos gobiernos facilitó grandes negociados con el capital extranjero que derivó, sumado a la fuerte recesión económica internacional a partir de la crisis de Wall Street de 1929, en la caída de YPF como baluarte y sello distintivo de la industria argentina a nivel regional.
Con la venida del gobierno peronista en 1946, el nuevo presidente de YPF fue Julio Canessa, puesto que combinaba con el de presidente de Gas del Estado. Encontró a la empresa estatal debilitada por una década de desinversión. Fue durante las presidencias de Juan Domingo Perón, que el debate por la nacionalización total de las empresas petroleras en el país y la cuestión del monopolio estatal del crudo cobró una importancia sin precedentes. Una considerable porción del oficialismo veía como consagración de la política productiva la contundente expropiación de todas las competidoras de YPF en el país, dejando a ésta con el monopolio energético. A fines de 1947, Canessa ya había elaborado los pasos a seguir que debía tomar la empresa de hidrocarburos luego de la “inevitable” expropiación de sus contrincantes, incluso se puso fecha para el anuncio: el 13 de diciembre de 1947, “día del petróleo”. Muchas fueron las versiones que intentaron explicar el porqué de que el gran conductor no se refirió en ningún fragmento de su discurso a la posibilidad siquiera, de una expropiación de Shell o Esso. La realidad es que la presión de las embajadas estadounidense y británica jugaron un papel fundamental en esa decisión, y lo serían también para la elaboración, ocho años después, del acuerdo de Juan Domingo Perón con la mayor empresa petrolera a nivel mundial: Standard oil de California.
Considerando que no estaba en los planes del general usar la fuerza del Estado para garantizarle la cero competencia a YPF en el mercado de extracción y refinamiento de hidrocarburos en el país, la porción del oficialismo, contraria a la postura estatista, planteaba la necesidad de lograr la llegada masiva de inversiones extranjeras en el sector energético para impulsar nuevamente la producción.   Afirmaban que YPF no tenía los recursos para descubrir nuevos pozos, ya que requería una inversión no segura que, en los términos del peronismo, no podían permitirse en ese momento. La situación se agravó en los primero años de la década del 50, cuando el autoabastecimiento estaba cada vez más lejos y el mercado interno no podía ser correctamente suministrado.
De esa forma, en este contexto y dentro del debate del rol que cumplían los privados y los estatales a nivel global, Juan Domingo Perón convocó a la empresa estadounidense Standard Oil para firmar un acuerdo que impulsaría la producción petrolera en Argentina. Según sus propias palabras, YPF tenía una “debilidad estructural”, de esta forma el afamado general negoció y pactó con uno de los tentáculos del colosal imperio que vio nacer Rockefeller a finales del siglo XIX.
El acuerdo se dictaminó bajo los siguientes conceptos y concesiones:
Se le otorgó a la empresa una porción de territorio en donde se iban a producir las perforaciones
La corporación tenía autoridad jurídica sobre los terrenos
Standard Oil se comprometía a vender los yacimientos una vez descubiertos a un precio fijado antes de realizarse los mismos (el precio superaba ampliamente el valor internacional establecido para el crudo, lo que le garantizaba una ganancia sideral a el emporio)
El Estado argentino se comprometería a garantizar un clima social, sindical y empresarial adecuado a ojos de la petrolera

Como una marca registrada del movimiento que nació el 17 de octubre, las contradicciones ideológicas y prácticas sellaron para siempre al gobierno peronista. Alternando estatismo y beneficios empresariales al sector privado, Perón convivió con esa dicotomía durante sus dos primeras presidencias. El petróleo, los yacimientos, la refinación de combustible y el eterno debate sobre el monopolio del crudo en Argentina es sólo otro ejemplo claro del llamado “pragmatismo peronista”, que como los camaleones, se impuso, se adaptó o se subordinó a los diferentes intereses siempre teniendo en cuenta las condiciones del momento histórico en las cuales se desarrollaban. Y en estos tiempos en donde el debate actual por el rol de YPF se hace presente en las mesas de diálogo, el pasado nos da a conocer una cara tal vez imprevista. Analizar a los antepasados históricos de los gobiernos, que son en gran medida, base de sustento ideológico y cultural para los gobiernos contemporáneos. Entendiendo los debates del pasado, se puede rechazar la teoría de que “la historia se repite” para dar lugar a la concepción de que la historia jamás vuelve sobre si misma, sino que adapta las polémicas a los tiempos que corren y parece decirnos que muchas problemáticas ya han festejado su medio siglo de vida por la sencilla razón… de que no se han resuelto.

La Barca Cubana, octubre 2013.

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