miércoles, 9 de octubre de 2013

Tu Basura


Leés el título y seguramente te pega. ¿Por qué? Porque estoy hablando de tus cosas, estoy “allanando” tu vida y podés sentirte invadido, siendo el simple escritor de una revista un intruso en tu privacidad. Hacé caso omiso a la posibilidad de dejar la página de lado y seguir con otra nota.
Hagamos un ejercicio, algo que hacés todos los días por lo menos veinte veces, un movimiento irreflexivo que acontece en cualquier espacio, cualquier lugar: mové tu mano hacia tus pantalones, deslizala suavemente, pensando en cada instante, en la prenda que llevás puesta, en su textura, su color. Ahora hurgá en tu bolsillo y buscá lo primero que esté ahí.
   No soy adivino, pero puedo proponerte el apostar una suma doblando el celular que acabás de identificar. Miralo. Pensá en cuantas veces por día lo sacás para averiguar la hora, cuando en realidad lo exponés dos veces porque la primera te distrajiste con alguna otra función que no era la vital de ese momento.
¿Cuántos aparatos tuviste antes que ese?¿Cuántas funciones descartás?¿Cuántas llamadas o mensajes acumulás por día?¿Cuán innecesario es el “teléfono”, que año a año vas a renovando?
Vivimos en un mundo y en una época en donde los móviles son vehículos hacia el sedentarismo, y los transportes son sinónimo de suicidio. Queremos adquirir más, más rápido y lo queremos ahora, a sabiendas de que en un futuro cercano dicha máquina será reemplazada y archivada.
   Somos víctimas de un enjambre publicista y competitivo en el cual los artilugios son simples, y adquirimos aparatos que hacen viral la intención de comprar.
   La industria es simple: venden más y así aumentan su producción. Sin implicar un mínimo interés en los daños causados en el ambiente, el desecho de su basura, y la incapacidad de sus compradores en albergar más productos de los que tengan capacidad para adquirir o para aprovechar. Producir, la industria sólo se especializa en eso, modificar la naturaleza humana y la naturaleza ambiental para llenar nuestras vidas de objetos que debemos conseguir porque alguien los adquirió primero. Hacer esos aparatos requiere una fuente cercana de agua, para el desecho de sustancias inservibles; requiere materia prima, sin interesarse en cuánto planeta hay que desabastecer; requiere publicistas, que te vuelvan infeliz por lo que tenés y te consientan a mostrarte qué te falta; requiere un público entrenado en un sistema capitalista, siendo que palabras como “trabajo” o “comprar” las sepan los niños antes de ser amamantados.
En el final de la cadena de producción, en donde intervienen altísimos grados de contaminación y destrucción de ecosistemas, hay un simple producto realizado por personas en situación de esclavitud/bajos salarios/trabajo infantil. Los empresarios deciden fabricar a un precio muy bajo, esto da como resultado situaciones de insalubridad, o violaciones a Derechos Humanos.
   El producto es consumido, pero en función de un símbolo, en donde quién, qué y cómo consume es todo un aparato semiológico que los mismos publicistas crean para reproducir y mantener en el tiempo significaciones interpersonales en el consumo, manteniendo así ciertos “status” en torno al consumo.
Ahora podés verte activamente como un culpable en esa situación, pero no por “adquirir” productos que están al alcance de todo potencial consumidor, sino por hacerlo de forma irreflexiva, desmedida, sin pensar de dónde viene ese aparato, ni dónde irá a parar una vez que lo descartes, ni cuán servil seas para los interesados en que vos tengas esa tecnología.
   El producto es un órgano del sistema publicista. No sólo es el final de una cadena de producción, es el objeto sobrevalorado que uno adquiere bajo la condición fetichista de pensar que un teléfono puede ser más que eso, es pensarlo desde qué le significa a quien esto. Se pueden comprometer sólo unos minutos de nuestra vida para aprender a usarlo, pero puede tardarse horas seleccionando el color de un móvil, en una dura batalla entre el blanco o el negro, o una fabulosa gama innecesaria de colores.
   El celular, el auto, tu heladera, inclusive tu computadora, son redefinidos todo el tiempo, siendo intervenidos en sus formas, en sus piezas interiores, en sus materiales, colores también. Obsolencia percibida es el nombre que rescata Annie Leonard (Véase “La historia de las cosas”) el cual refiere justamente a este cambio permanente de productos, versiones, componentes y colores, haciéndonos creer que el objeto que ayer compramos y era blanco, hoy es opacado por uno de similar diseño, con cualidades cromáticas diferentes. Este efecto hace eco en los consumidores a través de un mecanismo de obsolencia programada, preparando los productos para su desconoposición temprana, pero en silencio, pues los aparatos están preparados para averiarse luego de que exista una tecnología ideada para suplantar el “obsoleto” objeto que compraste hace pocos meses. Esto nos da pocas opciones: comprar algo “viejo” disfrazado de “nuevo”, o que nuestros electrodomésticos queden disfuncionales para luego recurrir inevitablemente a la compra de un reemplazo.
   Por más que se interrumpa el consumo individual, el adquirir cosas ya es una naturalidad humana. Parece imposible evitar comprar desaforadamente, cuando realmente el secreto no está en dejar de adquirir rotundamente, sino hacerlo con ideas simples pero efectivas. Si tenés un celular viejo, dáselo a alguien que lo use; si tu computadora está vieja consultá a alguien de confianza que  te venga con el cuento de “estos repuestos no se consiguen”, puesto que a veces sólo son problemas de programas. Lo mismo con cualquier electrodoméstico, desde hace muchos años pensamos que “desechar” es el único camino, cuando en realidad pensamos así por la publicidad que nos hace funcionales al consumo. Es difícil escaparse de querer comprar y estar a la moda con respecto al exterior, pero debemos ser inteligentes, hacer un “reciclaje” y darle un uso a todo eso que grandes compañías nos hicieron comprar, cuando en realidad nos estuvieron estafando durante mucho tiempo.

La Barca Cubana, octubre 2013.


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