60° aniversario del inicio de la Revolución Cubana
Por Nicolás Maidana
“…En cuanto a
mí, sé que la cárcel será dura como no la ha sido nunca para nadie, preñada de
amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la
furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos.
Condenadme, no importa, La historia me absolverá…”
*Fragmento final del alegato de defensa de
Fidel Castro durante su juicio del 16 de octubre de 1953
Estas fueron las últimas palabras que Fidel
Castro pronunció en su juicio. Como abogado que era decidió defenderse a sí
mismo. Muy dentro de él tenía en claro que estas palabras quedarían en la
historia, que su ambición revolucionaria no se detendría ante una condena, que
a esa altura, ya estaba determinada. Sus captores eran voraces, implacables
y estaban convencidos de que esa isla
perdida en el Caribe era suya. Que las penas de un pueblo pobre y analfabeto
son consecuencias regulares de la libertad de mercados, que en la historia
humana las desigualdades son lógicas y
combatirlas es prácticamente ir contra la naturaleza con la que se desarrollan
los acontecimientos.
Con seguridad, este proceso judicial fue
consecuencia de sucesos que marcarían para siempre la vida de dos hombres,
antagónicos y contrapuestos. Que muy probablemente el relato de sus vidas
hubiera sido totalmente diferente sin la sorpresiva aparición de su
contraparte. Estos individuos son: Fulgencio Batista, Presidente de facto de la
Republica de Cuba y Fidel Castro, jefe al mando de un pequeño grupo de jóvenes
revolucionarios que el 26 de julio de 1953, con el asalto al cuartel de
Moncada, escribiría el primer párrafo de una historia que concluiría el 1ro de
enero de 1959. Ese día marco el triunfo de La Revolución Cubana y este abogado
devenido en guerrillero, se convirtió en el líder político que transformaría la
sociedad cubana hasta nuestros días.
En la década de los 50’ en la isla de Cuba,
la historia se definió por la lucha de poderes de estos dos individuos, que
encajaban de forma perfecta en la llamada guerra fría. Un mundo bipolar cortado
transversalmente entre dos áreas de influencia, el capitalismo y su “tierra de
oportunidades” y el comunismo con su “dictadura del proletariado”. Ese enfrentamiento
silencioso erigió muros y cabo trincheras en diferentes países del globo entre
1945 y 1991.
El capital, el status quo, el orden
establecido, era personificado en Fulgencio Batista, tirano que azotaba a la
isla desde 1952. Batista jamás se
acomplejo por el hecho de que los hilos que sujetaban sus manos eran visibles
desde cualquier lugar de éste hemisferio. Desde su oficina en La Habana, éste
peón de los intereses estadounidenses, se procuró mirar al norte antes de cada
designación, cada acción de gobierno, fue así como EEUU logró por esos años
tener un poder sobre la isla nunca antes visto. Los años de las colonias y los
imperios de ultramar habían pasado de moda. La definición que mejor le cabía a
la Cuba de Batista no era la de “colonia” sino la de “prostíbulo” ya que los
negocios de casinos, drogas, contrabando y prostitución habían convertido a la
isla en el paraíso de los mafiosos estadounidenses que no eran bienvenidos del
otro lado de la costa.
Ese país que los adinerados de la sociedad
norteamericana elegían para veranear y pasar sus semanas de ocio ocultaba algo
atrás del lujo de los grandes casinos de La Habana. La situación del
proletariado cubano era alarmante. Como argumentó Castro en su juicio por los
acontecimientos de Moncada:
•El 85% de los pequeños agricultores cubanos
pagaba renta y sufría la amenaza permanente del desalojo cuando más de la mitad
de las mejores tierras estaban en poder de compañías extranjeras y una gran
proporción de la población era analfabeta.
•400.000 familias del campo y la ciudad
vivían hacinadas y casi dos millones y medio de la población urbana pagaba
altos alquileres por las casas que ocupaban.
•El 90% de los niños del campo eran
devorados por los parásitos.
•La existencia de más de un millón de
desempleados.
En esa realidad, el joven abogado de 27 años
abrazó los enunciados que grandes revolucionarios habían expuesto antes que él.
Ciertamente influenciado tanto por la revolución rusa y sus héroes como por
José Martí (escritor y revolucionario cubano de finales de siglo XIX).
Fuertemente sensibilizado por la situación de las clases marginales de la
sociedad cubana y encolerizado por la opulencia, el lujo y el exceso de los
círculos aristocráticos del poder de turno, Castro denunció al jefe de estado
ante el Tribunal de Urgencia en marzo de 1952 por las reiteradas violaciones de
los derechos de los ciudadanos cubanos. El Tribunal, que sólo era otro resorte
del aparato estatal que respondía a Batista y sus socios, rechazó la denuncia. De
esta forma, Fidel como otros intelectuales, profesionales o simples jornaleros
conformaron en 1953 un modesto grupo armado que se propuso asaltar el cuartel
de Moncada, en Santiago de Cuba (extremo este de la isla) como puntapié inicial
de lo que sería un levantamiento revolucionario de las masas trabajadoras en su
conjunto.
La acción se concretó en la madrugada del 26
de julio de 1953 en la que participaron 131 combatientes organizados en dos
columnas, una al mando del mismo Fidel y otra al mando de su hermano Raúl.
Tanto los documentos históricos como los testigos presenciales concuerdan que
el resultado de la contienda se determinó a favor de los defensores básicamente
por la inferioridad de las fuerzas revolucionarias en hombres y armamento, como
también la rápida movilización de los ocupantes que dinamitó el factor
sorpresa, pieza clave del plan de asalto. Los días que prosiguieron a la
derrota, se caracterizaron por las múltiples ejecuciones de prisioneros que
llevaron a cabo los vencedores por órdenes directas de Fulgencio Batista.
A pesar de la derrota, el asalto al Cuartel
de Moncada marca el inicio de La Revolución Cubana. Que una vez concretada en
1959, luego de años de lucha guerrillera en las sierras del este de la isla,
daría paso al primer gobierno marxista de toda America latina. Convertiría a
Cuba en el rival más importante de los EEUU en el continente hasta nuestros
días y cambiaria de forma radical a la sociedad cubana bajo el modelo
socialista implantado por Castro en 1961. A tal punto de permitirse que
convivan los niveles más altos de alfabetización y promoción de profesionales
con paradigmas estalinistas y totalitarios que harían de Cuba, a lo largo de
toda la segunda mitad del siglo XX, un mosaico de paisajes sociales que generan
amor y repulsión en idénticas proporciones.
La Barca Cubana, julio 2013.
La Barca Cubana, julio 2013.
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