Por
Nicolás Maidana
Si se recorre las líneas que grafican la Historia Argentina,
serán infinidad los casos en los cuales, la tinta sobre el papel huela un tanto
a pólvora y esta misma se destiña por el color a sangre. Para nadie es de
extrañar, que aquellos individuos encargados de brindar seguridad y orden (porque
así lo dicta su vocación) se disfracen de verdugos, casi tan hábiles para
mentir como lo son para matar.
Una bala policial fue suficiente para desnudar
las más terribles miserias que ocultan los relatos oficiales. Esos que son más
épicos que reales, que encierran una mística heroica que desconoce los
negociados, las coimas y los intereses creados que rellenan con carne a los
héroes de hierro. Pareciera que una bala no solo puede asesinar a un hombre
sino también un mito que no es débil por fallecer ante el plomo sino que es
débil por sostenerse sobre sus propias mentiras.
La historia Argentina también logró que los
proyectiles se propulsen hacia atrás de reversa y con la misma intensidad
asesina. Son demasiados los momentos en distintas coyunturas históricas donde
las balas lanzadas en defensa de algún nombre propio, se disfrazaronde verdugos
una vez más, pero esta vez, de su amo. Lograron dar el empujón final al abismo
a un gobierno que se moría por su propia debilidad y esperaba que el muro de
plomo tapara su decadencia, como quien trata de tapar el sol con las manos.
Esto nos trae, indudablemente a que el dolor y
el flagelo de una herida balística se midan en consecuencias políticas para
estos afamados servidores públicos de escritorio. Y que los reclamos que
impulsan a los hombres libres, a los trabajadores comunes, al pueblo en si
mismo, sean siempre motivo de controversia por la estigmatización de las clases
pudientes hacia la protesta social. Y lograr su cometido, el de dejar en el
terreno de las fantasías el anhelo de una movilidad social que sirve de
combustible para que la maquina asalariada trabaje más y por cada vez menos.
Esta editorial no carece de coraje, como para no
manifestar con todas las letras que se necesiten, a las víctimas y los
victimarios de los relatos antes descriptos:
*Las
balas que mataron a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán determinaron como
sentencia inapelable el fin de la era Duhaldista
*Mientras
tanto, las balas que mataron a Mariano Ferreyra, militante Trotskista contra la
tercerización laboral; las que mataron a Juan José Velazquez, Ariel Farfán y
Félix Reyes, militantes de la corriente clasista y combativa en Jujuy; o las
que asesinaron a Nicolás Carrasco y Sergio Cárdenas en Bariloche, no
determinaron una consecuencia política más haya de cuestionamientos personales
a los responsables directos.
Esto
nos lleva a pensar que realmente al discurso estatal de “no criminalizar la
protesta social” le han comprado un excelente chaleco anti-balas. Que lo
desentiende de las represiones que ocurren día a día en el interior del país,
poniendo en manifiesto que la cúpula Kirchnerista aprendió bien las lecciones
dejadas por su padrino político, el Dr. Eduardo Duhalde. Que una bala perdida
en la esquina de Corrientes y Callao, puede despojarte del sillón de Rivadavia,
mientras que a lo ancho y largo del país, la calle tiene dueño y como tal, se
defiende con todo el peso del aparato policial.
La
Barca Cubana, junio 2013.
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