Por
Gonzalo Cichero
“La
diferencia entre un novelista y un loco, es que el novelista puede ir hasta la
locura y volver”
Un loco
solo se quedaría atrapado en la ficción, mientras que el novelista encerraría
la locura contándola anecdóticamente, y de allí la posibilidad de enajenarse
(para bien o para mal) de la patología.
Ernesto
Sábato es quién, al crear en 1948 su primera obra literaria “El túnel”,
desiderativamente analiza la posibilidad de hacer nacer en su boca la oración
de arriba. ¿Las explicaciones? Hay y habrá muchas más de las que los límites de
la vida nos dejen oír.
El autor
hace en su obra un uso abusivo de experimentales personajes, modos de redacción
y un número reducido de símbolos que dejan una novela para toda la posteridad.
Cuatro
personajes absorbidos en una ficción realista, ni más ni menos. Esto es todo lo
necesario para la concepción de su novela: pocos espacios físicos, el uso de
tres casas como un ejemplo de economía del detalle humano en base a todo lo
ajeno al ser, también pocos y exactos. Un protagonista y una amante propicia.
Ninguna dificultad para imaginar una simple cotidianeidad del universo porteño.
Puedo
presentar a Juan Pablo Castel, el protagonista de la novela, como un irritable
y solitario personaje en búsqueda del absoluto, un total disociado del vínculo
vecino o remoto, algo totalmente desconcertante con su papel incial como un
artista; o a María Iribarne, la mujer que moviliza a Juan Pablo a hacer un giro
inesperado en su existencia, y cambiando su foco de atención completamente
hacia ella.
A medida
que sucede la narración, (a propósito: una historia relatada desde los ojos de
Juan Pablo) se desatan los enigmas que conducen al lector a una frenética
necesidad de apegarse al libro en toda situación o momento: mientras entablan
la llegada, o huida de sus respectivos trabajos, el viaje a la escuela,
universidades. Ernesto Sábato hace de este volumen una representación muy
exacta de la rutina del hombre común. Él presenta a un ser humano tan apagado
sentimentalmente, tan lleno de agobio y escepticismo que nos ilusiona con una
simple característica contemporánea (que duró desde fin del siglo pasado hasta
hoy) con el afán de ver qué sucede con el protagonista, que ahora erradamente
pareciera ser una extensión de nosotros mismos.
Sábato
crea una red de ideas y conceptos clave en el protagonista masculino con tal de
poder penetrar la atención del lector. Es incalculable la cantidad de adjetivos
que este hombre podría utilizar para describir un pájaro, o a la plaza Francia,
o un sueño cualquiera, un viaje retrospectivo. Todo sea por el fin. El poder
compenetrarnos con minuciosas tonterías solo hace una constancia en pos de ver
llegar el final. A nadie le importaría el cuadro que él haya pintado y con el
cuál María Iribarne haya irrumpido brutalmente en la vida de Juan, sino hasta
el momento en el cuál las cosas toman una posición de sistemas simbólicos y el
mar en una pintura haga estallar la sorpresa en el lector por todo lo que
sucede luego.
“Bastará
decir que yo soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne” Así
comienza la novela de Sábato, en dónde Juan Pablo Castel hace consiente al lector de que ahora es
cómplice del asesinato que nunca creerá ver.
Sábato
trae el final al inicio, quitándole el desenlace justamente al finalizar la
obra. Aún así sobrevive 65 años en el inconsciente colectivo porteño.
El
túnel SI:
Podría
ser que la obra primogénita de Sábato nos traiga el origen de su vida, una
total creación autobiográfica abusando de la metáfora; para que el lector
comprenda que es necesario hacer un uso intensivo del análisis, que no queden
migajas de pan. Conocer a Sábato, poder desnudar su escueto perfil con solo un
libro puede proponérsele a cada uno, hacer una especie de búsqueda cual difiere
mucho de la trama original del libro: una ficción policial negra de cuarto semi
cerrado. En fin, leerlo es mucho más que algo entretenido como excusa para un
sábado a las seis de la tarde, siendo que llueve torrencialmente. O no.
El
túnel NO:
Sábato no
es para todos. No es necesario estar en una élite aristocrática o ser parte de
un grupo semanal de lectura para comprender el libro, pero El escritor (Señor
Escritor) pone a prueba el nivel de análisis de cada uno. Lleno de metáforas,
si no se comprende primero su vida y no se tienen ciertas competencias previas,
podrían pasar inadvertidos mínimos símbolos que Ernesto usa para hacer más
mínimas sus desgracias dentro de la ficción.
Para los
curiosos se aconseja “Genio y figura de Ernesto Sábato” de María Angélica Correa.
La Barca Cubana,
junio 2013.
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