domingo, 28 de julio de 2013

Narcotráfico, una realidad argentina (publicado en edición julio 2013)

   Por Mariano Aleksink
 
 
En la Argentina, la situación del narcotráfico se enmarca dentro de un contexto internacional en el cual las blandas políticas de control, el avance creciente de la demanda y la producción de drogas ilícitas aumentan cada día más. Las deficiencias en el control que se produjeron en los setenta y se profundizaron en las décadas posteriores,  han dado lugar a que uno de los negocios más redituables se desarrollara de forma excepcional.
   El negocio de las drogas se ve enmarcado en un contexto donde el discurso reinante es del tipo belicoso, donde la llamada “guerra contra las drogas” sólo muestra el fracaso internacional de la prohibición y el control del narcotráfico. El aumento radical en materia de producción, consumo, creación de mercados negros y sofisticación de los medios de tránsito y comercialización de diversos tipos de drogas son claros exponentes del porqué de la existencia de malogradas políticas de control de drogas ilícitas.
   Ésta evidencia reclama una nueva mirada, tanto global como específica, que debe tener un nuevo enfoque. Pero ello debe partir de una consideración fundamental: el crecimiento y la complejización del narcotráfico a nivel global han estado básicamente determinado por la fabulosa demanda de sustancias ilegales que se sostiene y amplía continuamente en los países centrales de mayor desarrollo económico, en particular, aquellos países del mundo occidental en cuyas sociedades se han estructurado mercados de consumo minorista, cada vez más extensos y diferenciados.
   Sería una falacia insostenible afirmar que la oferta determina la demanda, porque ello conduciría a “fetichizar” la sustancia, a darle vida y a creer que ella, por sí misma, crea las condiciones políticas, sociales, culturales y económicas para su consumo.
      Los países del Cono Sur constituyen corredores de tránsito internacional de drogas. Este concepto fue señalado por los principales organismos internacionales especializados en la materia y por los gobiernos de la región.
   No obstante, en los últimos tiempos, en estos países, se han desarrollado nuevas tendencias dadas por el crecimiento del consumo y la articulación de mercados minoristas inexistentes hasta entonces; en Argentina, por ejemplo, el aumento del contrabando de productos derivados de la industria química y farmacéutica; y la conformación de ciertos circuitos y plazas auspiciosas para el lavado de dinero sucio.
   Ello, en alguna medida, ha estado apuntalado por el crecimiento relativo de la mayoría de nuestras economías, pero también, por algunas deficiencias institucionales que deben ser abordadas sin tapujos. El 11 de junio del año pasado, el Doctor Aníbal Fernández, actual senador de la nación, sostuvo apropiadamente que “en la Argentina, las políticas estatales [contra el narcotráfico] han sido de corte netamente represivo, han estado desprovistas de coordinación y han sido erráticas, encaminando sus esfuerzos en perseguir al consumidor”, todo lo cual ha desembocado, según sus propias palabras, en “un total y rotundo fracaso. A medida que los procedimientos son mayores, las cárceles están llenas de adictos o pequeños comerciantes”.
   Esto  ha sido así. En efecto, en la Argentina, la ausencia de políticas integrales en materia de control del narcotráfico ha respondido a ciertas deficiencias significativas cuya superación requiere de un conjunto de acciones institucionales básicas.
   En primer lugar, resulta indispensable el desarrollo de un cuadro de situación actualizado e integral del narcotráfico en el país, en todo lo atinente al tráfico, tránsito, comercialización y consumo de drogas ilegales así como a la producción y comercialización de precursores químicos y al lavado de dinero. Dicho diagnóstico debería desarrollarse en dos niveles.
   En el plano estratégico hay que analizar cómo se desarrolla el fenómeno del narcotráfico y, a raíz de esto, elaborar políticas públicas acordes y eficientes a prohibir el comercio de drogas. En el plano táctico, a los efectos de dar cuenta de las actividades y acciones concretas del narcotráfico así como de los grupos y redes narcotraficantes.
   La experiencia regional nos indica que aquellos países que no tienen la capacidad de construir un diagnóstico apropiado acerca de la situación del narcotráfico quedan a expensas de que dicho cuadro sea realizado e impuesto por las agencias policiales y de investigación de los países dominantes de la región, siempre de acuerdo con sus perspectivas y con sus intereses, los que no siempre son convergentes con los nuestros.
   En consecuencia, las problemáticas del narcotráfico deben ser incorporadas en la agenda gubernamental de seguridad pública como un asunto prioritario, pero siempre a partir de un cuadro de situación autónomamente definido, conforme las perspectivas e intereses nacionales.
   Ello, a su vez, debería ir acompañado necesariamente de la actualización y modernización de las bases legales y normativas del sector así como de la conformación de un servicio civil especializado en el control del narcotráfico.
   Finalmente, es indispensable emprender un profundo proceso de modernización de la policía  tendiente a superar dos defectos que cercenan un accionar la institución eficiente en la materia. Por un lado, el anticuado órgano de las fuerzas de seguridad  y su función social como también su doctrina frente al aumento y la complejización del narcotráfico. Por el otro, la existencia de bolsones de corrupción policial volcados a la regulación y protección de actividades delictivas de altísima rentabilidad económica, entre ellas, el narcotráfico.
   No se puede hacer frente eficientemente a los grupos delictivos organizados con instituciones policiales pobres, dotadas de presupuestos insuficientes, ya que esto promueve la creación de mecanismos de recaudación ilegal de fondos.
   Esto abre la puerta para que las poderosas organizaciones criminales que están detrás de los negocios de referencia consigan controlar, por medio de su fabulosa capacidad corruptiva, a sectores o grupos policiales abocados a su control y desarticulación.


La Barca Cubana, julio 2013.

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