miércoles, 10 de julio de 2013

Sábato, el iluminado subterráneo (publicado en revista junio 2013)


Por Gonzalo Cichero

La diferencia entre un novelista y un loco, es que el novelista puede ir hasta la locura y volver”
  Un loco solo se quedaría atrapado en la ficción, mientras que el novelista encerraría la locura contándola anecdóticamente, y de allí la posibilidad de enajenarse (para bien  o para mal) de la patología.
  Ernesto Sábato es quién, al crear en 1948 su primera obra literaria “El túnel”, desiderativamente analiza la posibilidad de hacer nacer en su boca la oración de arriba. ¿Las explicaciones? Hay y habrá muchas más de las que los límites de la vida nos dejen oír.
  El autor hace en su obra un uso abusivo de experimentales personajes, modos de redacción y un número reducido de símbolos que dejan una novela para toda la posteridad.
  Cuatro personajes absorbidos en una ficción realista, ni más ni menos. Esto es todo lo necesario para la concepción de su novela: pocos espacios físicos, el uso de tres casas como un ejemplo de economía del detalle humano en base a todo lo ajeno al ser, también pocos y exactos. Un protagonista y una amante propicia. Ninguna dificultad para imaginar una simple cotidianeidad del universo porteño.
Puedo presentar a Juan Pablo Castel, el protagonista de la novela, como un irritable y solitario personaje en búsqueda del absoluto, un total disociado del vínculo vecino o remoto, algo totalmente desconcertante con su papel incial como un artista; o a María Iribarne, la mujer que moviliza a Juan Pablo a hacer un giro inesperado en su existencia, y cambiando su foco de atención completamente hacia ella.
  A medida que sucede la narración, (a propósito: una historia relatada desde los ojos de Juan Pablo) se desatan los enigmas que conducen al lector a una frenética necesidad de apegarse al libro en toda situación o momento: mientras entablan la llegada, o huida de sus respectivos trabajos, el viaje a la escuela, universidades. Ernesto Sábato hace de este volumen una representación muy exacta de la rutina del hombre común. Él presenta a un ser humano tan apagado sentimentalmente, tan lleno de agobio y escepticismo que nos ilusiona con una simple característica contemporánea (que duró desde fin del siglo pasado hasta hoy) con el afán de ver qué sucede con el protagonista, que ahora erradamente pareciera ser una extensión de nosotros mismos.
  Sábato crea una red de ideas y conceptos clave en el protagonista masculino con tal de poder penetrar la atención del lector. Es incalculable la cantidad de adjetivos que este hombre podría utilizar para describir un pájaro, o a la plaza Francia, o un sueño cualquiera, un viaje retrospectivo. Todo sea por el fin. El poder compenetrarnos con minuciosas tonterías solo hace una constancia en pos de ver llegar el final. A nadie le importaría el cuadro que él haya pintado y con el cuál María Iribarne haya irrumpido brutalmente en la vida de Juan, sino hasta el momento en el cuál las cosas toman una posición de sistemas simbólicos y el mar en una pintura haga estallar la sorpresa en el lector por todo lo que sucede luego.
“Bastará decir que yo soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne” Así comienza la novela de Sábato, en dónde Juan Pablo Castel  hace consiente al lector de que ahora es cómplice del asesinato que nunca creerá ver.                                                              
Sábato trae el final al inicio, quitándole el desenlace justamente al finalizar la obra. Aún así sobrevive 65 años en el inconsciente colectivo porteño.


El túnel SI:
Podría ser que la obra primogénita de Sábato nos traiga el origen de su vida, una total creación autobiográfica abusando de la metáfora; para que el lector comprenda que es necesario hacer un uso intensivo del análisis, que no queden migajas de pan. Conocer a Sábato, poder desnudar su escueto perfil con solo un libro puede proponérsele a cada uno, hacer una especie de búsqueda cual difiere mucho de la trama original del libro: una ficción policial negra de cuarto semi cerrado. En fin, leerlo es mucho más que algo entretenido como excusa para un sábado a las seis de la tarde, siendo que llueve torrencialmente. O no.
El túnel NO:
Sábato no es para todos. No es necesario estar en una élite aristocrática o ser parte de un grupo semanal de lectura para comprender el libro, pero El escritor (Señor Escritor) pone a prueba el nivel de análisis de cada uno. Lleno de metáforas, si no se comprende primero su vida y no se tienen ciertas competencias previas, podrían pasar inadvertidos mínimos símbolos que Ernesto usa para hacer más mínimas sus desgracias dentro de la ficción.


Para los curiosos se aconseja “Genio y figura de Ernesto Sábato” de María Angélica Correa.

La Barca Cubana, junio 2013.

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